Este año voy a ejercer desobediencia civil con la Navidad
Confirmado. La Navidad la han inventado para echar más de
menos a quien encuentras a faltar. De acuerdo, lo asumo, la vida es como la
casa de Gran Hermano, la gente la va abandonando año tras año, y de esto te das
cuenta más tarde que pronto. ¿Pero de verdad seguimos manteniendo como si nada semejante
fiesta masoquista? Y da igual la edad, la cultura y hasta el partido político o
el equipo de fútbol, estas fiestas democratizan sospechosamente a todo bicho
viviente. Porque hasta los que están jodidos en un hospital, o los presos, o a los
que la vida les muerde de verdad, tendrán que aguantarse y participar en esta
pantomima de excesos.
Conoces mi República mejor que nadie y me viene mal que me metan
en un “business plan” de felicidad de plástico. Yo decido. Así que este año voy
a ejercer desobediencia civil con la Navidad. Me sabe mal por los niños, pero habría que repensar el tema de engañarlos con magias cada vez más complicadas
de creer, en realidad casi siempre son ellos los que nos engañan porque no
quieren que sepamos que “descubren el pastel”. Joder, deberíamos cambiar el
guión, a estas alturas es difícil mantener la coartada con la cantidad de
información que tienen a mano. Señores, propongo sentarnos e inventar nuevas
magias para ellos.
¿Y qué me dices del atiborramiento de dulces, turrones y
cenorrios al estilo del imperio romano?. ¿Y de los cientos de corderos que
matan cada Navidad en esta parte del mundo? ¿Y si por un año los indultamos a
todos? Propongo cenar huevos con
patatas. Una vez alguien me enseñó la emoción de comer unos huevos fritos bien
hechos. Mejor de gallinas en libertad, “que de lo que se come se cría”, decía
mi abuela.
Y ya puedes pasarte un otoño entero comiéndote los mocos y
tarrinas de helados de nueces de macadamia, que de repente la agenda se llena
de compromisos. Comidas de 'compis', de departamento, de la dirección, de la
empresa. Y cenas de vecinos, del gym, de la cuadrilla, de primos políticos
insufribles, de cuñados brasas. ¿Y las macrofiestas familiares? Apuesto a que
muchas de ellas no acaban a leches porque tienen miedo del fantasma de las
navidades futuras. Este año quiero cambiar. Me apetece cenar con alguien que no
conozca de nada. Alguien que me sorprenda, alguien con ojos brillantes que me
cuente historias interesantes, que me saque de este micromundo organizado, que
me haga reír y olvidarme de los que me faltan.
Sabes cuánto me aburren los regalos obligados. No hay época
en la que compremos cosas más absurdas. Yo me aturdo año tras año. Los centros
comerciales me abducen, entro en trance, me da vueltas la cabeza como a la niña
del exorcista y acabo comprando una camiseta de Superman a mi madre o una taza
del Real Madrid a mi compañero del Barca en el amigo invisible. Esta navidad me
apetecen regalos que se sientan en la piel. Se trata de tocar, nos tocamos poco
en general. Con cuidado de no crear confusiones innecesarias o de no molestar,
claro. ¿Qué te parece si regalamos besos o abrazos a quien siempre has querido
acercarte? La piel cuenta muchas cosas. No hay miedo, serán tocamientos
amigables e inocentes, aunque los que no son tan inocentes molan más.
Y también
quiero regalar palabras. Las palabras dicen mucho. Están infravaloradas. Los
cronopios creen firmemente que con las palabras y también con lo que no se
dice, se entregan pedacitos de alma. Eso es lo que me apetece regalar este año.
Y no quiero atragantarme de nuevo con las uvas a ritmo de un
reloj casposo, ni ver a ese presentador con capa, ni todos esos programas
enlatados, (aunque me río todos los años con Martes y Trece y sus empanadillas
de Móstoles). Tampoco voy a enviar mensajes de “feliz año nuevo” al peso,
aunque seguiré haciendo mi concurso de la felicitación más hortera, una competición
muy dura.
Tampoco veré al rey, porque nunca lo he visto, y ahora menos. Cuando
era pequeña, en Euskadi, donde yo vivía, ponían a su majestad en todos los
canales, bueno, en “la española” que es como llamábamos a TVE, y en la UHF. Pero
en la ETB ponían bertsolaris. Este año propongo el día 24 a las 9 de la noche apagar
todas las televisiones del estado, y aprovechar ese ratito para tocarnos, para abrazarnos,
para contarnos historias interesantes, inventar magias nuevas para los niños, para regalarnos
palabras, incluso para cantar, y para beber y hasta para comer huevos fritos con
esa persona de ojos brillantes mientras todos esos corderos indultados comen
hierba encantados de haber salvado la vida.
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